miércoles, 3 de septiembre de 2014

El principio de Peter y el padrino

Es una realidad observable que en muchas organizaciones se asciende a aquellos que han desempeñado una buena labor en el escalón que ocupaban. De hecho, no parece nada descabellado ni fraudulento a primera vista. Es un criterio lógico y defendible. Como eres bueno en lo que haces, te propulsamos hacia la cumbre…

Claro, que si nos ponemos a analizar los resultados de esta política, seguramente nos llevemos más de una sorpresa. ¿Quién me asegura que por ser bueno en lo que hago estoy o voy  a estar capacitado para otra función en la mayoría de los casos muy distinta? Es más, ¿qué pasa con ese puesto que ocupaba?

Tal vez esa persona a la que se asciende sea insustituible, al menos a corto plazo, en su labor.

Tal vez ese cargo nuevo al que se asciende no esté hecho a la medida de las competencias del ascendido.

En el fondo, es como si en un equipo de fútbol ascendiéramos a entrenador al mejor jugador. Evidentemente el mejor jugador lo que debe hacer es jugar. Evidentemente un buen entrenador lo que necesita para llegar a ese puesto es formación de entrenador. Evidentemente nadie  tomaría una decisión tan dramática para el equipo.

¿Y qué pasa en el mundo empresarial?
Lo que no deberíamos poner en duda es que el trabajo bien hecho debe ser premiado. El cómo lo premiamos es a lo mejor lo que nos debemos cuestionar o por lo menos analizar. Recientemente he leído un libro de un ex directivo experto y exitoso en el que continuamente hablaba de los incentivos económicos para premiar la competencia en el trabajo. Es cierto que a mí me parece que estos incentivos materiales se quedan cortos como motivador consistente, pero también es cierto que no pondré en duda la mayor experiencia en estas labores de motivar a la tropa del reseñado personaje.

Con todo esto, reconozco lo difícil que me resulta premiar sólidamente el trabajo bien hecho, pero si una cosa tengo clara es que un ascenso debe ser muy bien meditado y no dado por obvio. Ahora, que gestionar los egos no es nada sencillo, con lo que convencer a alguien de que se le deja donde está por lo bueno que es en esa labor, mientras ve a otros asentarse en pisos superiores, no es algo fácil de torear. Debe ir acompañado sin duda de grandes dosis de imaginación y de  una gestión impecable. Sin duda necesitamos directivos que asuman este reto, pues al fin y al cabo la imaginación y la gestión impecable es algo que debería ir en la lista de características atribuibles al buen directivo.

Ahora bien, hace ya muchos años escuche por primera vez el refrán “el que tiene padrino, se bautiza”. En su momento me generó un malestar tremendo y dificultades de asimilación. Hoy también.

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