Votar, no votar y a quién votar. Cuestiones que pueden
parecer a veces más triviales de lo que un análisis minucioso nos demuestra.
Dos de los principios básicos de la Economía son:
· - Las personas funcionamos por incentivos.
· - Al tomar decisiones asumimos un coste de
oportunidad.
Con
el tema del voto nos enfrentamos claramente a estas cuestiones.
El
lunes post electoral, medie entre risas, una alumna me comentaba que “mi madre
no ha ido a votar por falta de tiempo”. Mi sorprendente respuesta para ella fue
“me parece buen motivo”. Al acudir a votar estamos invirtiendo nuestro escaso
tiempo en algo que debe a cambio proporcionarnos una recompensa mayor que la
alternativa al posible uso de ese tiempo, pues sin ello nuestra decisión podría
ser catalogada abiertamente como errónea.
Vamos
a analizar un poco. Las alternativas al uso del tiempo pueden ser variadas y la
recompensa a ese uso cada uno la debe analizar en función de su opción
concreta, por lo que paso a analizar las posibles recompensas de acudir a
votar. Partiendo de la base fácil demostrable de que si no hubieras acudido a
votar el resultado de las elecciones sería el mismo, podemos desterrar la idea
de que acudimos a votar con la idea de influir en el resultado final. Recordad,
soy economista. Y como economista me corresponde buscar razones por las que las
personas hacen lo que hacen. Por eso paso a considerar que deben entrar en
juego otras variables.
Partiendo
de esa idea de que cuando alguien hace algo lo hace por algo…¡busquémoslas!
Cuando
hago el comentario de que no tiene sentido acudir a votar si tienes algo mejor
que hacer, las respuestas tipo que recibo son dos:
- - “Si no votas no puedes opinar”. Mi respuesta es
siempre la misma: “Hay veces que no he acudido a votar y vaya si he opinado” o “¿dónde
está escrito ese argumento?”. Los tópicos, como me gusta decir, estar para ser
analizados y, con frecuencia, rebatidos.
- - “¡Y si todo el mundo hiciera lo mismo!”. Mi
respuesta es clara: “Es obvio que todo el mundo no hace lo mismo y que lo que
yo haga no influye en modo alguno en lo que van a hacer los otros, salvo, si
acaso, en mi entorno cercano.
Mi experiencia a la hora de no acudir a votar y la falta de
correlación con la veracidad de los argumentos recibidos por otros, sustentan
mis respuestas. Vamos, que mi argumento es empírico a todas luces.
Entonces, ¿por qué acudir a votar? o incluso, ¿por qué he
acudido a votar en las pasadas elecciones y en todas las anteriores en los
últimos años?
Solo encuentro razones emocionales y unos cuentos
incentivos, no necesariamente racionales.
“El corazón tiene
razones que la razón no entiende”, que diría Blaise Pascal y esto del todo
punto es ya una razón o un incentivo (podemos usarlos como sinónimos).
Podemos hacer muchas clasificaciones de Marketing, pero una que me gusta mucho es la que distingue entre el
marketing racional (“cómpreme porque limpio más blanco”) y el marketing
emocional (“la chispa de la vida, la felicidad…”) y creo que no me equivoco si
expongo que el emocional sustenta cosas que el más concienzudo análisis
racional tiraría por tierra (“tiene burbujas, me llena la tripa, tiene color
sucio, engorda, provoca…y aun así lo compro…”)
Ir a votar, definitivamente, tiene para mí mucho de
emocional y esto justifica. Tanto como comprar muchos de los productos que
compramos cada día o hacer muchas de las cosas que hacemos con frecuencia y que
mueven nuestra vida. Es como ponerse la camiseta de un equipo de fútbol para
acudir al estadio de ese equipo, en el que habrá miles de personas con la
camiseta del mismo…no iban a ir con la de otro equipo que ni siquiera juega
(tal vez con la del rival sí, pero ese es otro tema). Porque tal vez los
partidos políticos no son muy distintos para muchos que los equipos de fútbol
que tanto admirar. Es más, toda empresa con ánimo de subsistencia (espero que
todas) debería analizar la fidelidad de un seguidor de fútbol y buscar
argumentos a imitar en su negocio, porque no se me ocurre un ejemplo de consumidor
más fiel.
Sentimiento de pertenencia, expresión de sentimientos,
satisfacción personal, deseo de demostrar…no sé, dime tú que perseguías cuando
decidiste hacerlo, porque lo que está claro es que debería haber un motivo. ¿O
tal vez no te has parado a pensarlo y has seguido las directrices de un cerebro
cómodo que busca ahorrar energía, no tener que pensar todo lo que hace ni
justificarlo, apoyándose en la costumbre o en el hábito? Si es así, considero
que deberías poner a tu cerebro a pensar, pues no le va a venir nada mal poner
en duda determinadas cosas.
Pero el fútbol no es la política ni la política es el fútbol,
afortunadamente. Si hemos decidido
acudir a votar, tal vez deberíamos dedicar un tiempo al análisis de qué papeleta
meter en el sobre. A mí me pasa que cuando más me formo y más me informo más
dudas tengo a la hora de ejercer mi derecho y esto es algo que no me deja nada
tranquilo. Tal vez si dijéramos lo que vamos a hacer y sustentáramos nuestras
palabras con hechos todo sería más sencillo. Desafortunadamente es imposible
que el elegido entre los aspirantes a gobernar el país (tema del todo punto no baladí),
sea cual sea, no va a poder refrendar todo lo prometido, pues ninguno es mago.
El que alguien me explique cómo se puede pretender ser
vicepresidente con poco más de 3 millones de votos (apoyos) sobre un total de casi
35 millones de aspirantes a decidir (que aspiran a ser escuchados) mejor lo
dejamos para otro momento menos convulso. Y desafortunadamente seguiremos
llamando democracia a algo que no sé muy bien cómo deberíamos definirlo…
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