Un buen jefe ayuda a sus subordinados a desarrollarse. Es su mejor legado, es la mejor forma de dejar huella. Cuando nos convierten en responsables de un grupo, debemos mirar a ese grupo, pensar lo que son y soñar en lo que queremos que sean. O mejor aún, preguntarles (sin necesidad de hacer preguntas) qué quieren ser y dónde quieren llegar, ayudándoles a que lo consigan.
En ese procero, la delegación puede ser importante. Pero ojo, considero que hay una falsa creencia de que un buen líder necesariamente delega todo por definición. A veces parece que si asumes tú determinados papeles ya no eres buen gestor, ya no cuidad la motivación y el desarrollo de la gente a tu cargo. Cuanto más dejemos que otros hagan, cuanto más funciones permitamos que asuman los mandos intermedios, mejor será nuestra labor de mando...
Hay cosas, muchas, que no se delegan, que no se deben delegar. Un líder es responsable del trabajo final, trabajo que no deberá necesariamente hacer, pero sí deberá conseguir que se haga. Pero habrá cosas que sí tendrá él que hacer personalmente. Hay cosas que si quieres que está bien hechas deberás hacerlas tú, sin más. Esto no te convierte en un fiscalizador ni en un desmotivador. Simplemente es requisito para un trabajo bien hecho. Eres el conocedor de la situación, eres el máximo interesado en que salga bien, dominas la situación… ¡hazlo!
La excelencia debe ser un objetivo. ¿Están preparados los que están por debajo para ser excelentes en todas las tareas? No, seguro que no. ¿Puede asumir la responsabilidad el líder en todo en su búsqueda de la excelencia? Tampoco, seguro que tampoco. La clave está en saber distinguir entre lo que se delega y lo que se asume, entre lo que haces tú y lo que encomiendas a otros. Y mucho ojo con enajenar a tu gente de los méritos… la soledad estará a la vuelta de la esquina.
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